Al genio francés, de origen judío y aragonés, Miguel Eyquem López, alias Michel de Montaigne, inventor del ensayo propiamente dicho (género un tanto anárquico y a salto de mata que se parece muy poco, por cierto, a los ladrillos que nos quieren hacer tragar quienes se han apropiado del término), cabe atribuir también la primera propuesta de creación de los anuncios clasificados o anuncios por palabras, que hoy inundan los medios y redes sociales en toda clase de versiones; la primera propuesta que yo sepa, claro:
«Mi difunto padre, hombre de juicio preclaro, aunque no le hubieran ayudado más que la experiencia y su natural, díjome antaño que habría deseado organizar en las ciudades, un lugar establecido para que aquellos que algo necesitaran pudieran acudir a él y un empleado colocado allí a ese efecto, registrase su asunto, como por ejemplo: Vendo perlas, busco perlas en venta. Uno quiere compañía para ir a París; otro pregunta por un criado de tales características; otro por un amo; otro pide un obrero; quien esto, quien aquello, cada cual de acuerdo con sus necesidades. Y parece que este procedimiento para informarnos unos a otros reportaría no pocas ventajas al trato público; pues en toda ocasión hay naturalezas que se buscan recíprocamente y por no oírse entre ellas, quedan los hombres en extrema necesidad».
- (Ensayos – tomo I, capítulo XXXV, publicado en 1580).
Más enigmático es el apunte de Leonardo da Vinci en su Cuaderno de notas (edición de Booket – Ámbito cultural, pag. 34), donde el artista florentino augura el éxito de las tarjetas de crédito y la especulación monetaria y mercantil características del capitalismo consumista:
“El dinero invisible proporcionará el triunfo a quienes lo gasten”.
Invirtiendo la máxima del romano Horacio, en su poesía “El poeta no nace, se hace”, Lewis Carroll aconseja a un joven aprendiz de poeta en unos términos que nos recuerdan muchísimo los métodos de escritura que desembocarían en la explosión del surrealismo: concretamente, el Manifiesto Dadaísta data de 1916, cincuenta años después de la composición del escritor y matemático inglés. Dice así:
“Primero aprende a ser espasmódico…/ Es una norma muy simple./ Porque primero tú escribes una frase/ y luego la rompes en trocitos./ Después mezclas los trozos y los ordenas/ como caigan en suerte./ El orden de las frases/ no establece ninguna diferencia”…
- “Poeta fit non nascitur”, hacia 1865.
También Edgar Allan Poe sentía fascinación por las matemáticas y, al igual que el autor de Alicia, pensaba que los mecanismos de la inteligencia son más interesantes y fecundos que sus resultados.
Si el anterior poema de Lewis Carroll se adelantaba en cincuenta años a las técnicas dadaístas, no menos espasmódicas (y grupales) son algunas de las prácticas de los Kama Sutra, el célebre tratado sobre el amor sexual de la literatura sánscrita, compuesto por Maharshi Vatsyayana a guisa de resumen para la nobleza hindú, allá entre los siglos I a V, durante la dinastía Gupta. Toda su primera parte está dedicada al estudio de las 64 artes que componen lo que el autor denomina ‘ciencia del amor’.
Una de ellas, la número 28, dice así:
“Un juego que consiste en repetir versos: una vez ha terminado una persona, otra debe empezar inmediatamente recitando otro verso cuya primera palabra será igual a la última del verso anterior; quien deja de proseguir es considerado perdedor y obligado a pagar una prenda o abandonar el juego”
.
La número 45 se refiere al “arte de hablar cambiando la forma de las palabras. Esto se hace de diversas maneras. Unos cambian el principio y el fin de las palabras; otros intercalan letras parásitas en cada sílaba, etc.”
La número 49 propone “los ejercicios de ingenio, tales como completar estrofas o versos de los que sólo se conoce una parte; o suplir una o dos o tres líneas, en tanto que las demás han sido tomadas al azar, de forma que se complete un verso entero que tenga sentido; o de componer las palabras de un verso escrito de forma irregular, separando las vocales de las consonantes u omitiéndolas por entero; o de poner en verso o en prosa frases representadas por signos o símbolos. Existe una gran variedad de ejercicios de este género”.
¿No es alucinante? Son todas ellas técnicas muy similares a los cadáveres exquisitos y otros juegos surrealistas, dadaístas y de las demás vanguardias que dinamitaron la práctica del arte en Europa durante la primera mitad del siglo XX. Y considerados estos juegos de palabras como arte erótico ¡Y con casi 2.000 años de adelanto, en la India de la Edad de Oro!
Será de nuevo Edgar A. Poe (o Edgar, a poet, como firmó en alguna ocasión) quien en una de sus narraciones dialogadas de argumento apocalíptico, Potencia de la palabra, escrita en 1845, anticipa en más de cien años la formulación del efecto mariposa del que se sirvieron los autores de la teoría del caos para ilustrar la imprevisibilidad de los sistemas complejos, especialmente entre ellos el científico belga de origen ruso y premio Nobel de química Ilya Prigogine. La descripción de Poe se aproxima mucho a ese punto de vista, cambiando el batir de las alas de la mariposa por la agitación de las manos humanas, y teniendo en cuenta que son inteligencias angélicas quienes hablan. Extraigo algunos pasajes:
“Agitando nuestras manos, cuando nosotros habitábamos en esa tierra, causábamos una vibración en la atmósfera terrestre. Esta vibración se extendía indefinidamente hasta tanto no se hubiese comunicado a cada molécula de la atmósfera, la cual, a partir de ese momento y para siempre, se ponía en movimiento por la sola acción de la mano. Los matemáticos de nuestro planeta han conocido bien este hecho (…), de modo que se hizo fácil determinar en qué periodo preciso una impulsión de un alcance dado podría dar la vuelta al globo e influenciar, para siempre, a cada átomo de la atmósfera ambiente. Por un cálculo retrógrado, determinaron sin esfuerzo –dado un efecto en unas condiciones conocidas– el valor de la impulsión original. Entonces esos matemáticos, que vieron que los resultados de un impulso dado eran absolutamente sin fin (…) comprendieron a la vez que esta especie de análisis contenía, él también, una potencia de progreso indefinida, que no existían límites a su marcha progresiva y su aplicabilidad, excepto los límites del mismo espíritu que la había empujado o aplicado. Pero, llegados a este punto, nuestros matemáticos se pararon. (…) De lo que ellos sabían, podían inferir que un ser de una inteligencia infinita –un ser al que el absoluto del análisis algebraico le fuera revelado–, no experimentaría ninguna dificultad en seguir todo movimiento imprimido al aire hasta sus repercusiones más lejanas. Es demostrable, en efecto, que cada movimiento de esta naturaleza imprimido al aire debe al fin actuar sobre cada ser individual comprendido en los límites del universo; y el ser dotado de una inteligencia infinita, el ser que hemos imaginado, podría seguir las ondulaciones lejanas del movimiento, seguirlas, más allá y siempre más allá, en sus influencias, sobre todas las partículas de la materia o, en otros términos, en las creaciones nuevas que ellas alumbran (…) Esta potencia del análisis retrógrado, en su plenitud y en su absoluta perfección –esta facultad de relacionar en todas las épocas todos los efectos de todas las causas–, es evidentemente la prerrogativa de la Divinidad sola.”
Sorprendente, ¿verdad? Pues atentos: vamos a visitar la tumba de Ulalume.
Más sobre Poe:
Durante el invierno de 1847, Edgar Allan Poe compuso su obra maldita por excelencia: Eureka, a prose poem, alucinado por lo que consideraba la piedra angular de la ciencia futura, la clave de los secretos del Universo físico y espiritual. Sin apenas formación científica, Poe imaginó conceptos de la física que resultarían verdaderos. De hecho, la idea central del libro es el Big Bang como origen del Universo, un pensamiento sorprendente para un hombre de la primera mitad del siglo XIX. Poe intuyó con acierto que muchos de los cuerpos catalogados como nebulosas de nuestra galaxia eran en realidad otras galaxias situadas fuera de ella; relacionó tiempo y espacio en un único concepto; reconoció la gravedad como una fuerza capaz de propiciar el colapso de gigantescas cantidades de masa hacia un centro común; describió la existencia de agujeros negros y su acción absorbiendo a otros astros; comprendió que la estructura de la materia se basa en fuerzas de atracción y repulsión, algo sin sentido entonces hasta que el desarrollo de la microbiología verificó que los átomos no son indivisibles, y que la naturaleza y el funcionamiento interno del átomo se debe a las cargas positivas y negativas de las partículas que lo forman, la llave de la física subatómica.
La primera teoría científica que presentaba un modelo del Universo en expansión apareció setenta años más tarde, en 1917. Y no fue hasta 1965, con la detección de una radiación de fondo generalizada en todas las direcciones del espacio (que valió el premio Nobel a sus descubridores), cuando la ciencia reconoció que el Universo se formó a partir de la explosión de un superátomo primigenio donde estaba concentrada toda la masa y la energía hoy existentes.
En su día, Eureka no levantó el menor interés, a pesar de las conferencias que pronunció su autor para promocionar la obra. Hubieron de pasar 118 años de evolución tecnológica hasta las gigantescas antenas parabólicas de los radiotelescopios, para que la idea básica que Poe presentara en su libro dejara de ser una quimera.
(Atención, es Eureka: “Las consideraciones que en este ensayo hemos seguido paso a paso nos permiten percibir de un modo claro e inmediato que el espacio y la duración son una sola cosa. Para que el universo pudiera durar […], fue necesario que la difusión atómica original se hiciera en una extensión inconcebible, aunque no infinita. Se requería, en una palabra, que las estrellas se condensaran hasta adquirir visibilidad, que tuvieran todo el tiempo necesario para cumplir estos propósitos”).
“No tengo deseos de vivir desde que escribí Eureka. No podría escribir nada más”. (En carta a su suegra, María Clemm)
Norteamericano como Poe, también Jack London murió desquiciado a los 40 años, y en 1907 nos dejó una profecía de un futuro nada amable inspirada por algunas de sus obsesiones características: la anticipada relación de una revolución obrera de dimensiones planetarias que sería aplastada por los poderes oligárquicos, a los que adjudicó un nombre común y definitorio: El Talón de Hierro. Recurriendo a las armas del capitalismo más salvaje, este poder implacable derrotaría a las masas proletarias, a veces fuertes y a veces débiles, pero siempre desunidas y vulnerables. Es una crónica anticipada de unos acontecimientos que se presagiaban en aquellos principios de siglo y que London imaginó con clarividencia. Auguró el crack del 29 y la guerra entre EE.UU. y la Alemania Imperial, que comenzaría curiosamente con el ataque de la flota alemana a Honolulú, el mismo escenario donde años más tarde habría una base militar llamada Pearl Harbour. Como paradigma de hermosa profecía no cumplida, la fingida guerra de London termina enseguida: los trabajadores, mediante la huelga general, fuerzan el fin de las hostilidades. Siete años después de publicarse El Talón de Hierro, Europa iba convertirse en un cementerio y nadie sería capaz de impedirlo.
Montaigne, Leonardo, Lewis Carroll, Vatsyayana, Poe, London, seis precursores, seis.
El tiempo todo locura