La investigación científica, como la práctica del arte, es un acto creativo, y no sólo consiste en atrapar una serie de hechos y extraer conclusiones. La ciencia empieza por hacerse una cierta idea del mundo, una hipótesis coherente y probable, y si la realidad corresponde con esa idea, establece una teoría. Un pintor o un escritor también imagina a través de su obra una perspectiva del mundo, pero la ciencia difiere del arte porque éste no necesita confrontar la imaginación con la realidad. Un cuadro de Friedrich o de Matisse no se corresponden con la realidad, sino que describen mundos irreales, pero hay en ellos tanta veracidad como en el teorema de Pitágoras –Nietzsche escribió que el arte es más verdadero que la realidad.
Otra diferencia es que la ciencia siempre aparece vinculada a una idea de progreso, desde Arquímedes hasta Heisenberg, y el arte no. Las tragedias griegas nos resultan tan cercanas como los dramas de Calderón o de Beckett. En cierto modo, Sófocles, Miró, Vivaldi o Víctor Hugo son nuestros contemporáneos. Precisamente, Víctor Hugo dijo de Pascal que estaba superado como científico, pero no como escritor. Sus pensamientos nos siguen sorprendiendo. Lo que evoluciona es la técnica del arte, pero no el arte en sí. Sin embargo, difícilmente podríamos aceptar que un científico moderno tratara de explicar el mundo físico a partir de la teoría de los cuatro elementos, porque a lo largo del tiempo el universo y los fenómenos que lo conforman cambian, y nuestras categorías intelectuales para comprenderlo, también. (Tristán e Isolda, en su delirio wagneriano, llegan a decir, cantando al unísono: “Yo soy el mundo”).
También se dice que si no hubieran existido Tolstoi o Cervantes tampoco existirían Ana Karenina o Don Quijote, mientras que si Darwin no hubiera descubierto la teoría de la evolución, lo habría hecho otra persona. Pero este argumento no es del todo verdadero, y aquí es donde ciencia y arte coinciden más de lo que se cree, porque hay un cierto estilo común que corresponde a determinadas épocas y lugares. Si vemos los retratos de pintores italianos del siglo XVI encontraremos que tanto los rostros como los pliegues de los ropajes o el tratamiento de la perspectiva son muy parecidos. No todo es personal o subjetivo en la obra de arte, ni todo es objetivo en las investigaciones científicas. Newton fue quien descubrió la ley de la gravedad, y lo hizo él porque tenía un cierto estilo propio, un carácter singular. Si otro científico la hubiera desarrollado de hecho no sería igual, la habría establecido de otro modo.
Según la mecánica cuántica, los fenómenos físicos pueden modificarse desde el momento en que los convertimos en objeto de estudio. Percibir transforma. Cuando Dante, en “La Divina Comedia”, se refiere al amor como una potencia que hace girar los astros, Borges pensaba que estábamos ante algo más que una licencia poética, porque la voluntad humana participa, en alguna medida, de los fenómenos naturales. Nietzsche propuso “considerar la ciencia desde la óptica del arte, y el arte desde la óptica de la vida”. La teoría del caos se aproxima mucho a este punto de vista: la ciencia tocada con las alas de la poesía, la incertidumbre y el misterio.
Los cuentos y las fábulas ¿trenzan sus hilos argumentales con materiales equiparables a las teorías científicas? La ciencia, al igual que el arte, no se limita a copiar la naturaleza, sino que la reconstruye como hacen los niños con el mundo que los rodea.
Tierra firme de la fantasía